23.2.05

¿Qué latín y griego enseñamos?

Estoy convencido de que los profesores de clásicas, tanto de Bachillerato como de la Universidad, somos en buena medida responsables de la repulsión que generaciones de alumnos han sentido desde hace décadas por el latín y el griego. Me parece que insistimos demasiado en los tecnicismos, en la gramática pura y dura (fonética, morfología, sintaxis, métrica). Conseguimos así transmitir la imagen de que el latín y el griego son materias áridas y arduas, como la química, la lógica o las matemáticas, dignas de ser aborrecidas por siempre. Ha llamado la atención sobre el declive de las clásicas, provocado por una enseñanza mal encaminada, Gilbert Highet, en el capítulo "A century of Scholarship" de su magnífico libro The Classical Tradition, New York - London: Oxford University Press, 1949, 490-500. Creo que merece la pena (re)leer esas páginas.

Pero los textos literarios griegos y latinos son bastante más que un verdadero almacén de minucias gramaticales ("a veritable treasure-house of grammatical peculiarities": Highet, p. 494). Son obras de arte, textos literarios con la capacidad para comunicar sentimientos, para conmovernos y para deleitarnos. Tienen mucho que decir al hombre moderno.

Me ha recordado toda esta cuestión la lectura de un hermoso poema del poeta español Ángel Gónzález (Oviedo, 1925), "Empleo de la nostalgia", perteneciente a su libro Procedimientos narrativos (1972). En este texto, el sujeto lírico apenas recuerda nada de sus clases de griego y latín en la Universidad. Sólo asocia la gramática del griego y del latín con el atractivo erótico de sus compañeras de Facultad, a las que rememora con nostagia en el poema. Reproduzco aquí sólo la primera parte de este interesante poema:

EMPLEO DE LA NOSTALGIA

Amo el campus
universitario,
sin cabras,
con muchachas
que pax
pacem
en latín,
que meriendan
pas pasa pan
con chocolate
en griego,
que saben lenguas vivas
y se dejan besar
en el crepúsculo
(también en las rodillas)
y usan
la coca cola como anticonceptivo.

Ah las flores marchitas de los libros de texto
finalizando el curso
deshojadas
cuando la primavera
se instala
en el culto jardín del rectorado
por manos todavía adolescentes
y roza con sus rosas
manchadas de bolígrafo y tiza

el rostro ciego del poeta
transustanciándose en un olor agrio
a naranjas

Homero
o semen...

Todo eso será un día
materia de recuerdo y de nostalgia.
Volverá, terca, la memoria
una vez y otra vez a estos parajes,
lo mismo que una abeja
da vueltas al perfume
de una flor ya arrancada:

inútilmente.

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17.2.05

Zapatero, a tus zapatos / The cobbler should stick to his last

Aviso que el título de este post no tiene relación alguna con el actual presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.

"Zapatero, a tus zapatos" es una frase proverbial española, con la que se busca criticar la actitud de quienes pretenden opinar sobre materias de las que no entienden. Una actitud, por cierto, muy habitual. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que alguien empieza una alocución: "yo de eso no entiendo, pero opino que..."? ¿Cómo se puede opinar de lo que no se entiende?

Según indica mi diccionario Collins Español-Inglés (y viceversa), en inglés una frase proverbial equivalente (que yo no conocía hasta consultar el diccionario) sería "The cobbler should stick to his last".

Pues bien, el origen de esta frase está también en el pasaje de Plinio el Viejo que cité en mi nota anterior, sobre el proverbio Nulla dies sine linea. Dejamos a Plinio hablando sobre el pintor Apeles, y continúa:

idem perfecta opera proponebat in pergula transeuntibus atque, ipse post tabulam latens, vitia quae notarentur auscultabat, vulgum diligentiorem iudicem quam se praeferens; feruntque reprehensum a sutore, quod in crepidis una pauciores intus fecisset ansas, eodem postero die superbo emendatione pristinae admonitionis cavillante circa crus, indignatum prospexisse denuntiantem, ne supra crepidam sutor iudicaret, quod et ipsum in proverbium abiit. (Naturalis Historia 35.84-85)

[Éste mismo exponía sus obras acabadas en un tenderete a los transeúntes y, ocultándose él mismo tras un cuadro, escuchaba los defectos que eran criticados, prefiriendo al pueblo, como si fuera un juez más exacto que él mismo. Cuentan que una vez fue reprendido por un zapatero, porque hubiera pintado en unas sandalias pocas tiras, y que, al día siguiente, cuando el mismo zapatero, enorgullecido por la corrección de la crítica anterior, empezó a pontificar sobre la pierna, lo miró indignado, avisándole de que, como zapatero que era, se abstuviera de juzgar por encima de la sandalia. Y esto igualmente quedó como proverbio.]
Haré ahora una concesión a los recuerdos personales. Recuerdo que cuando yo tenía 12 o 13 años, Televisión Española (la única cadena de entonces) emitía cada semana un programa cultural, llamado "La bolsa de los refranes". En cada emisión se proponía un refrán, para que los espectadores enviaran reflexiones en prosa o poemas, comentándolo o glosándolo. Y se escogía un ganador. Yo participé varias veces en el concurso, y nunca gané (con razón). En una ocasión, el refrán que había que glosar era precisamente este de "Zapatero, a tus zapatos". Escribí un soneto alusivo, que aún recuerdo, y que paso a transcribir aquí para tortura de mis lectores:

Cuentan las lenguas que en tiempo añejo
el rey de un pais una fiesta dio,
y sobre el calzado que en ella lució
a un zapatero pidióle consejo.

Le instruyó el zapatero sabiamente,
haciendo gala de su profesión,
encontrando en la fiesta admiración
el monarca, que le atendió obediente.

Mas por inercia ya le asesoraba
de hacienda, religión, guerra o estado,
y al rey más y más cansaba.

Pasaba aconsejando luengos ratos
y al final gritó el rey, ya exasperado:
"Zapatero, a tus zapatos".

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15.2.05

Nulla dies sine linea

[The idea of writing about this Latin motto was suggested to me by the note Nulla dies sine Blogposta, by Bill Vallicella, included in his blog Maverick Philosopher.]

We take the Latin phrase Nulla dies sine linea to mean "No day [should go by] without [reading / writing at least] a line". I would like to point out two remarks about this famous saying:

  1. The phrase is not documented verbatim (as is) in Classical Latin. It seems that it was forged in the Middle Ages. But a proverb with the same sense did exist in ancient Rome, although we ignore its exact wording. Pliny the Elder transmits an interesting story about the famous Greek painter Apelles of Colophon (fourth century B.C.). (By the way, it was told that Alexander the Great allowed no other painter to paint him.) Pliny writes:


  2. Apelli fuit alioqui perpetua consuetudo numquam tam occupatum diem agendi, ut non lineam ducendo exerceret artem, quod ab eo in proverbium venit. (Naturalis Historia 35.84)

    [Apelles had furthermore the systematic habit of not letting any day go by, no matter how busy it could be, without practising his art by tracing a line at least (and as a result his attitude became a proverbial saying).

  3. Curiously enough, linea can not mean "line (of text)" in Classical Latin, but "a string, cord" (Oxford Latin Dictionary, s.v. 1 and 2), or "a line traced on a surface by a pen or other instrument" (OLD s.v. 3). It was therefore a technical term, belonging to the field of painting or drawing, not literature. The word might have taken the sense of "line (of text)" in medieval Latin.

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10.2.05

Lo que hiere, cura / What hurts, heals

La medicina homeopática es un saber mítico, pre-científico, super-sticioso. Que conste, para no suscitar polémicas, que no entro en la cuestión de si cura o no. ¿Cura la homeopatía, cura la imposición de manos por sanadores, cura la acupuntura, curan los votos religiosos o las rogativas dirigidas a las vírgenes de Lourdes y Fátima? Allá cada cual con sus creencias y experiencias.

Pero a lo que iba. El principio básico del arte homeopático es el de similia similibus curentur ("lo semejante ha de curarse con lo semejante"): esto es, las mismas sustancias que producen un mal, una enfermedad, un trastorno, pueden curar esas afecciones si se administran en el momento oportuno y en dosis pequeñísimas. Lo que daña, cura. No hay mejor cuña que la de la misma madera. En cambio, la medicina occidental oficial, quimioterápica, se basa en el principio opuesto: contraria contraribus curentur.

Esta creencia (lo que daña, cura) se documenta prácticamente como apotegma en el mundo clásico grecolatino. Y está en el origen de un episodio mitológico: el de Télefo.

Télefo era originario de Grecia, hijo de Heracles y de Auge (princesa de Tegea), pero llegó a ser rey de Misia (en Asia Menor, cerca de Troya). Como rey de Misia repelió una primera expedición de los griegos, pero resultó herido en la pierna por la lanza de Aquiles. La herida no sanaba, y un oráculo vaticinó que sólo podía curarle el mismo objeto que le había infligido la herida. Tanto Sófocles como Eurípides dedicaron sendas tragedias (hoy perdidas) al tema, y se ha conservado un fragmento de la tragedia de Eurípides con la palabras literales del oráculo: ho trósas iásetai, "quien hirió, curará". Finalmente, Télefo ofreció guiar a los griegos en una segunda expedición contra Troya, a cambio de su curación. Y Aquiles aplicó herrumbre de su lanza sobre la herida, que resultó curada.

Propercio alude al episodio con estas palabras (2.1.63-64):

Mysus et Haemonia iuvenis qua cuspide vulnus
senserat, hac ipsa cuspide sensit opem.

[También el héroe misio, con la misma punta de la que sufrió la herida,
con esa misma punta experimentó su curación.]
Otros pasajes paralelos son: Ovidio, Pónticas 2.2.26, Amores 2.9.7-8, Remedia amoris 94.

El tópico reaparece en la literatura occidental. En el Lazarillo de Tormes, cuando el viejo ciego rompe a Lázaro los dientes con el jarro de vino, luego lo cura con vino, y le comenta jocosamente (Tractado primero):

Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego; y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía:

–¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud; y otros donaires que a mi gusto no lo eran.
También Juan de la Cruz (1542-1591), en su emotivo poema "Cántico espiritual", trata el tópico. La Amada afirma que sólo el Amado puede curarle su herida de amor:

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura,
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura
.
En la ópera Dido and Aeneas, de Henry Purcell (1659-1695), en el acto I, el coro comenta igualmente sobre el poder del amor:

Cupid only throws the dart
that's dreadful to a warrior's heart.
And she that wounds can only cure the smart.
Y modernamente, en la letra de una canción de Dary Hall y John Oates, titulada "Love hurts (love heals)", documentamos el desarrollo del mismo tópico, también aplicado al amor:

You can say that I lied a lot
you can throw up your hands
Pardon me, if the man you got
wasn't part of the plan
I'll confess, if I'm wrong or not so
you'll know where you stand
Love's a test and you've got to find out
if you're stronger
Then I am
Love Hurts
Love Heals

And it's
the only thing that will keep us together.

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8.2.05

Más sobre polvos y pollas

A mi anterior nota, titulada "Origen de la expresión echar un polvo", envía un amable comentario el amigo Arp (creador de la bitácora hermana Compostela). Llama la atención Arp sobre un artículo (o, más bien, capítulo o colaboración en libro colectivo) de Francisco Rico, del 2001, a propósito de la expresión "echar un polvo". He tenido ocasión de leerlo y, como hay materia para rato, he preferido redactar un nuevo post. El artículo en cuestión es:

Francisco Rico, "Polvos y pajas", en J.-F. Botrel et alii (edd.), Prosa y poesía. Homenaje a Gonzalo Sobejano, Madrid: Gredos, 2001, pp. 311-322.
Yo había investigado previamente el tema, en un artículo publicado en el 2000. Mi post no era más que un resumen de la sección final de este artículo:

""En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada": historia de un tópico literario (II)", Anuario de Estudios Filológicos 23 (2000), 243-254.
Pues bien, el estudio de F. Rico viene a decir lo que ya apuntaba yo en mi artículo y en mi post: que la acepción obscena del modismo "echar un polvo" y del lexema "polvo" no se documenta en los Siglos de Oro. Dicha acepción debió de nacer en el siglo XIX, según acepta el propio Rico en la p. 313 (también ésta era mi hipótesis). Rico copia en su artículo un montón de pasajes poéticos del Siglo de Oro, donde documenta la expresión "echar un polvillo / polvo" (en el sentido de "tomar un trago"), así como el término "polvo", pero sin acepción obscena. Y concluye de su investigación: "No he llegado a averiguar cuándo ni por qué la cobró [la acepción obscena]" (p. 313).

Es imposible investigar la poesía española de los Siglos de Oro sin consideración de sus fuentes clásicas, porque los poetas renacentistas optaron por la imitación literaria como pauta de poética. [En otro post pondré algún ejemplo más de esto]. Por ello, es imprescindible hacer crítica de fuentes (Quellenforschung) como primer paso de una crítica literaria cabal sobre poesía española aurisecular. Fue el difunto Fernando Lázaro Carreter quien escribió esto muy claro, precisamente en la misma revista donde yo he publicado mi artículo, pero veinte años antes:

"Esa fue, pues, la doctrina común en todas partes donde triunfó el Renacimiento, y una comprensión profunda de nuestra lírica áurea -ideal aún remoto- sólo podrá alcanzarse a partir de un estudio filológico que restaure el prestigio de la investigación de fuentes." ["Imitación compuesta y diseño retórico en la Oda a Juan de Grial", Anuario de Estudios Filológicos 2 (1979), 89-119; cita en p.98)].
Algunos aspectos del artículo de Rico suponen una aportación interesante. Por ejemplo, argumenta que si polvo hubiera tenido la menor implicación obscena en los Siglos de Oro, no habría aparecido en ciertos contextos, donde habría resultado equívoco o risible. Quevedo, por ejemplo, no habría podido escribir "polvo enamorado", como yo argumentaba igualmente en mi post. En cambio, hoy por hoy la expresión quevedesca sí resulta chusca. Y, claro, se presta a chistes fáciles. Como ejemplo de esto, Francisco Rico aduce la ocurrencia de Gabriel Ferrater sobre el final de este soneto: "Le hace daño la tautología del final: ¡todos los polvos son enamorados!".

Rico explica también que un cambio semántico comparable ha experimentado el lexema polla. Ahora ya no puede usarse en la acepción original de "gallina joven", que tuvo hasta el siglo XIX al menos. En esa acepción, añado yo, el término es sustituido por el galicismo pularda (especialmente en contextos gastronómicos, es decir, para diferenciar frases como "comerse una pularda" y "comerse una polla", que, aunque suenan parecidas, no son lo mismo).

Sigo, pues, convencido de que la explicación sobre el origen de la acepción obscena de polvo que propuse en mi artículo y en mi post es plausible. Y quiero añadir un paralelo más. Consiste en el juego semántico que se establece para el término tierra (lexema casi sinónimo de polvo) en un soneto erótico del Siglo XVI, anónimo. Ahí se usa tierra en dos sentidos: 1) como "suelo"; y 2) como salvonor = "culo". Creo que el origen del juego semántico pudo estar igualmente en la fórmula litúrgica Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris, o, más bien, en el propio versículo del Génesis (3, 19), donde se documenta el término terram: donec revertaris in terram de qua sumptus es. He aquí el soneto:

Dentro de un santo templo un hombre honrado
con gran devoción rezando estaba;
los ojos hechos fuentes, enviaba
mil sospiros del pecho apasionado.

Después que por gran rato hubo rezado
las religiosas cuentas que llevaba,
con ellas el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.

Creció la devoción, y pretendiendo
besar el suelo, porque pretendía
que la humildad mayor aquí se encierra,

lugar pidió a una vieja. Ella, volviendo,
el salvonor le muestra, y le decía
"Besad aquí, señor, que todo es tierra".

[Recogido por P. Alzieu et al., Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro, Toulouse: France-Ibérie Recherche, 1975, 43-44.]

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6.2.05

Origen de la expresión "echar un polvo"

En español de España (ignoro si también en el de Hispanoamérica; creo que no) se usa la expresión vulgar echar un polvo para "realizar el acto sexual", y el lexema polvo para "coito". ¿Cuál es el origen de esta rara acepción?

Como paso previo, cabría plantear cuándo empezó a usarse. No la he encontrado documentada todavía en el siglo XVI (no está en el Tesoro de Covarrubias, de 1611), ni en el siglo XVII (véase lo que diré abajo, sobre Quevedo), ni en el Siglo XVIII (no está en el Diccionario de Autoridades, de 1737). Ya viene recogida la acepción en la Enciclopedia Espasa, en su edición de 1922; y, antes, en el diccionario de léxico malsonante de L. Besses, Diccionario de argot español, Barcelona: Sucesores de Manuel Soler, 1905. Dejando como margen el tiempo prudencial que los diccionarios, siempre conservadores y morosos, suelen tardar en incorporar el léxico de la calle, no resulta descabellado suponer que la expresión se generalizara con esa acepción obscena a mediados del siglo XIX.

Pero, ¿cuál pudo ser su origen? Los diccionarios y léxicos al uso (tanto generalistas como especializados en léxico obsceno) no ofrecen demasiada ayuda. En alguna ocasión incluso despistan y desbarran estrepitosamente, como en la explicación descabellada que se da en J. Sanmartín Sáez, Diccionario de argot, Madrid: Espasa, 1998, p. 693, s.v. "polvo" (énfasis mío):

"Polvo. 1. m. Cópula sexual. El hablante crea en el argot voces con sentido figurado, pero en muchos casos sin una motivación evidente. ¿Qué relación guarda realizar la cópula sexual con el polvo? Aparentemente ninguna. Quizá el color blanquecino del polvo y del semen. Es una acepción muy usada y, por ello, incorporada al DRAE como coloquial y vulgar. * El primer POLVO de mi vida fue con mi antigua novia."
Mi hipótesis es que el origen de la expresión está en la conocida fórmula litúrgica Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris, "Recuerda, hombre, que eres polvo, y que al polvo regresarás". El sacerdote católico pronuncia(ba) esta fórmula cuando impone ceniza sobre los fieles, el llamado Miércoles de Ceniza (primer día de la Cuaresma). La fórmula adapta a su vez un versículo del Génesis (3, 19), que en la versión latina de la Biblia Vulgata dice: In sudore vultus tui vesceris pane, donec revertaris in terram de qua sumptus es: quia pulvis es et in pulverem reverteris, "con el sudor de tu rostro te alimentarás de pan, hasta que regreses a la tierra de la que fuiste formado: porque eres polvo y al polvo regresarás".

También en la literatura clásica grecolatina encontramos numerosas alusiones al polvo, a la ceniza y a la tierra para ponderar el carácter efímero de la vida humana. El pasaje más famoso y nítido pertenece a la Oda 4.7 de Horacio, composición a la que A. E. Housman (1859-1936) consideró "el poema más hermoso de la literatura antigua". Dice Horacio ahí, en los versos 13-16:

damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi decidimus
quo pius Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.

Los daños del cielo los reparan las lunas en rápida sucesión:
pero nosotros, cuando caemos
a donde cayeron el piadoso Eneas, y los ricos Tulo y Anco,
sólo somos polvo y sombra.
Para volver a lo nuestro. La fórmula litúrgica antes mencionada es parafraseada frecuentemente como "Polvo somos, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos". En ese contexto, era fácil reinterpretar la frase "del polvo venimos" con el sentido de "procedemos de una cópula" (esto es, "la vida humana se origina en un acto sexual"). A partir de ahí, la equivalencia polvo = "coito" está servida.

Como consecuencia de esta acepción obscena del término polvo, resulta complicado usar el término con su acepción no obscena, pues la palabra se presta muy fácilmente a equívocos, malentendidos y chistes fáciles. He aquí un par de ejemplos de chistes fáciles, donde se juega con la bisemia (doble sentido) del lexema polvo:

1) Decir "mi mujer es alérgica al polvo doméstico".
2) El chiste: "¿Qué diría el epitafio de una solterona?:... AL FIN, POLVO."
Así, en español actual, el término polvo resulta un tanto tabú y peligroso de usar. Le ocurre lo mismo al inglés cock, término que, contaminado por la acepción obscena de "pene", ya no se puede usar con el sentido original de "gallo", siendo sustituido en esta acepción de "gallo" por los eufemismos cockerel y rooster. Exactamente igual le ocurre al español polla, que ya no puede usarse más que en sentido obsceno, habiendo perdido su acepción original de "gallina joven".

Y ahora voy a Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645). Este poeta escribió un maravilloso soneto, "Amor constante más allá de la muerte", quizá el más hermoso de toda la literatura española, en que usa la expresión "polvo enamorado". Este soneto se publicó póstumamente en el libro El Parnaso Español, en 1648, lo que demuestra inequívocamente que, cuando se compuso el poema y cuando se publicó, la acepción obscena de "polvo" no existía, pues, de existir, el sintagma "polvo enamorado" resultaría equívoco o francamente ridículo. [Por cierto, este soneto de Quevedo es una elaborada imitación literaria de la elegía 1.19 de Propercio, pero eso es ya otra historia.]

[Amor constante más allá de la muerte]

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Actualización (4-09-2006)

Este artículo es quizá, de todos los del blog, el más leído y el que ha tenido mayor impacto y repercusión en la red. Por ejemplo, si se busca "echar un polvo" en Google, es el primer hit que aparece. Igualmente, ha sido reproducido (aunque no muy bien editado, por cierto) en la revista on-line El grito (ISSN: 1696-9413), editada por la editorial Ceyla.

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5.2.05

En conversación con los difuntos

No, con el título de este post no me refiero a las charlas con los espíritus de los muertos que algunos afirman poder entablar en las sesiones de espiritismo. La expresión es de Quevedo. Con ella se refería a la lectura de autores clásicos (y, por tanto, muertos), que él entendía como una forma de conversación. Eso es justamente lo que hacemos los que nos dedicamos al estudio de la Tradición Clásica: conversar con los difuntos.

Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) pasaba largas estancias de retiro y estudio en el pueblo Torre de Juan Abad, en La Mancha (Ciudad Real), donde seguramente murió. Desde allí escribió este soneto:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

¿Dónde se inspiró Quevedo para la expresión "conversación con los difuntos", para designar la lectura de los autores antiguos? Estoy convencido de que se basó en dos fuentes clásicas, que él fundió.

Por un lado, Diógenes Laercio nos cuenta sobre el filósofo Zenón la siguiente anécdota (Vidas de Filósofos 7.2) [a este pasaje Michael Guilleland ha dedicado un post en su blog Laudator temporis acti, con el título de "The best life"]:

Hecatón y Apolonio Tirio, en el libro I De Zenón, dicen que habiendo consultado el oráculo acerca de lo que debía practicar para conseguir una vida feliz, le respondió la deidad se asemejase a los muertos en el color; lo cual entendido, se entregó al estudio de los libros antiguos.
En este pasaje, se llama "muertos" a los autores antiguos. La segunda fuente de Quevedo es Séneca, que en su vejez escribe a su discípulo y amigo Lucilio, contándole que era tal el estado de su postración en cama que sólo mantenía "conversación con los libros" (Epístolas a Lucilio 67.2)

Ago gratias senectuti, quod me lectulo adfixit: quidni gratias illi hoc nomine agam? Quicquid debebam nolle, non possum: cum libellis mihi plurimus sermo est."

Doy las gracias a mi vejez, porque me ha postrado en cama: ¿que por qué le doy las gracias por este motivo? Porque no puedo hacer lo que no debía querer hacer: mi conversación es mayormente con los libros."
Como se aprecia, Quevedo traduce literalmente el término latino sermo, procedente de Séneca, por "conversación", y añade la alusión a los "difuntos", que retoman los "muertos" de Diógenes Laercio. Funde, pues, dos fuentes clásicas para forjar un giro español. A esta fusión de fuentes la llamamos "contaminatio".

Pero el tópico no acaba aquí. El poeta Jaime Gil de Biedma (1929-1990), que era homosexual, tuvo sin embargo una intensa historia de amor con una atractiva joven llamada Isabel Gil Moreno de Mora. Esta muchacha, conocida con el sobrenombre de "Bel", fue la Musa y el objeto de deseo de toda la llamada "gauche divina":

Bel

A esta "niña Isabel" Gil de Biedma le dedicó al menos dos poemas. En vida de ella, le compuso la poesía "A una dama muy joven, separada". Pero "Bel" murió trágica y prematuramente, en Diciembre de 1968. Y podemos suponer que el poema "Conversación" de Biedma va igualmente dirigido a ella. En esta composición, Biedma imagina que el fantasma de "Bel" se le aparece mientras él duerme. La poesía globalmente es una imitación libre de la elegía 4.7 de Propercio, en que éste imagina la aparición del fantasma de Cintia. He estudiado esta dependencia en otro lugar. Pero lo que interesa aquí es que Biedma tituló la poesía "Conversación" en inequívoca alusión a la expresión de Quevedo. La poesía de Biedma es uno de los poemas más conmovedores que he leído en mi vida, y estoy seguro de que mis lectores (o, al menos, la mayoría) estarán de acuerdo conmigo:

CONVERSACIÓN

Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.

Amada mía, remordimiento mío,
la nuit c’est toi cuando estoy solo
y vuelves tú, comienzas
en tus retratos a reconocerme.

¿Qué daño me recuerda tu sonrisa?
¿Y cuál dureza mía está en tus ojos?
¿Me tranquilizas porque estuve cerca
de ti en algún momento?

La parte de tu muerte que me doy,
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder pagártela...
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.

Cómo poder saber que has perdonado,
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?

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