10.3.07

No me tapéis el sol



Diógenes de Sínope fue el filósofo griego más famoso de la secta cínica. Vivió en el siglo IV antes de Cristo. Fue una figura muy interesante y controvertida. Vivía como un mendigo, tenía unas necesidades mínimas, era sincero con los poderosos hasta la impertinencia. Se le atribuyen muchas anécdotas, recogidas en diferentes fuentes, muy especialmente en la obra Vidas de filósofos ilustres, escrita por su tocayo Diógenes Laercio en el siglo III d.C.

La anécdota más curiosa y famosa de entre las atribuidas al filósofo se refiere a su encuentro con el emperador Alejandro Magno. Se cuenta que, estando Diógenes en Corinto, dormía en un tonel o tinaja. Una vez llegó a la ciudad Alejandro, con su aparatoso ejército. Toda la población de Corinto fue a recibir al emperador, pero Diógenes era absolutamente indiferente al boato del rey, y se quedó sesteando ante su tonel. Entonces fue el propio Alejandro Magno quien, conocedor de la fama del filósofo, buscó a Diógenes. Le ofreció obsequiarle con los dones que el filósofo le solicitara. Pero Diógenes sólo le pidió una cosa: que el emperador se apartara, para que no le tapara el sol. El episodio es narrado o aludido en numerosas fuentes antiguas grecolatinas, incluyendo a Cicerón (Tusculanae Disputationes 5.32), Valerio Máximo (4.3.ext.4) y Plutarco (Vida de Alejandro 14). He aquí el relato más completo de los tres, el de Plutarco, en traducción castellana:

Congregados los griegos en el Istmo, decretaron marchar con Alejandro a la guerra contra Persia, nombrándole general; y como fuesen muchos los hombres de Estado y los filósofos que le visitaban y le daban el parabién, esperaba que haría otro tanto Diógenes el de Sínope, que residía en Corinto. Mas éste ninguna cuenta hizo de Alejandro, sino que pasaba tranquilamente su vida en el barrio llamado Craneto; y así hubo de pasar Alejandro a verle. Hallábase casualmente tendido al sol, y habiéndose incorporado un poco a la llegada de tantos personajes, fijó la vista en Alejandro. Saludóle éste, y preguntándole enseguida si se le ofrecía alguna cosa, "muy poco —le respondió—; que te quites del sol". Dícese que Alejandro con aquella especie de menosprecio quedó tan admirado de semejante elevación y grandeza de ánimo, que, cuando retirados de allí empezaron los que le acompañaban a reírse y burlarse, él les dijo: "Pues yo a no ser Alejandro, de buena gana fuera Diógenes".
He recibido hoy un libro adquirido en un portal de subastas de Internet: Ramón de Campoamor, Poesías, Madrid: Talleres Tipográficos Velasco, 1930.



En esta antología se recoge el poema “Las dos grandezas” de Campoamor (perteneciente al grupo de poemas Doloras). Este poema relata por extenso la anécdota citada:

Las dos grandezas

Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están.
–Yo soy Alejandro el rey.
–Y yo Diógenes el can.

–Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? – Yo, nada;
que no me quites el sol.

–Mi poder... –Es asombroso,
pero a mí nada me asombra.
–Yo puedo hacerte dichoso.
–Lo sé, no haciéndome sombra.

–Tendrás riquezas sin tasa,
un palacio y un dosel.
–¿Y para qué quiero casa
más grande que este tonel?

– Mantos reales gastarás
de oro y seda. –¡Nada, nada!
¿No ves que me abriga más
esta capa remendada?

–Ricos manjares devoro.
–Yo con pan duro me allano.
–Bebo el Chipre en copas de oro.
–Yo bebo el agua en la mano.

–¿Mandaré cuanto tú mandes?
–¡Vanidad de cosas vanas!
¿Y a unas miserias tan grandes
las llamáis dichas humanas?

– Mi poder a cuantos gimen,
va con gloria a socorrer.
–¡La gloria! capa del crimen;
crimen sin capa ¡el poder!

– Toda la tierra, iracundo,
tengo postrada ante mí.
–¿Y eres el dueño del mundo,
no siendo dueño de ti?

– Yo sé que, del orbe dueño,
seré del mundo el dichoso.
– Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.

–Yo impongo a mi arbitrio leyes.
–¿Tanto de injusto blasonas?
–Llevo vencidos cien reyes.
–¡Buen bandido de coronas!

–Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado.
–Viviré desconocido,
mas nunca moriré odiado.

–¡Adiós! pues romper no puedo
de tu cinismo el crisol.
–¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol!–

Y al partir, con mutuo agravio,
uno altivo, otro implacable,
–¡Miserable! dice el sabio;
y el rey dice: –¡Miserable!

El motivo del encuentro entre Diógenes y Alejandro fue objeto igualmente de variadas representaciones iconográficas, ya desde la Antigüedad. El siguiente bajorrelieve en mármol es de época antigua, si bien su mitad derecha (incluyendo la figura de Alejandro) fue restaurada en el siglo XVIII:


El siguiente cuadro fue pintado por el pintor italiano Sebastiano Ricci (1659-1734):



Al redactar este post, he pensado que no deseo más de lo que tengo: no más dinero, influencia, reconocimiento, medro profesional. Muchas veces aspiro, tan solo, a que los numerosos mediocres, mafiosos, maledicentes, envidiosos y prevaricadores que pululan en este mezquino mundo universitario me dejen, simplemente, en paz; dejen de hacer(me) sombra; me concedan, en fin, el supremo privilegio de no taparme los rayos del sol.

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2.3.07

Ab ipso ferro

Sí, sí, estoy de regreso, a pesar de la larga ausencia y de los sinsabores vividos en los últimos meses. Simplemente, no quería seguir decepcionando a mis lectores, que durante este paréntesis de silencio han seguido posteando comentarios elogiosos o de ánimo en este blog. Gracias a todos por no desistir, por continuar ahí, por seguir mostrando algún aprecio o concediendo algún valor a estas bagatelas. Gracias, de verdad, por el ser y el estar. Por cierto, este blog cumplió su segundo año de publicación el año pasado (2006), en Diciembre. Dos años, ya, de marcha, pero no ininterrumpida y fluida, sino con altibajos, lagunas (nomen omen, jeje), períodos febriles de publicación y otros de desidia, alegrías y tristezas, éxitos (pocos) y fracasos (bastantes): ¿acaso no ese el ritmo, en definitiva, habitual de la vida?

Diré, de pasada, que se volvió a celebrar el concurso de méritos (de cuya primera edición di cuenta aquí y aquí) para acceso a una plaza como profesor titular de la Universidad de Jaén, en Diciembre de 2006. Y los eximios miembros de la comisión, instigados y adoctrinados por el ilustrísimo rector de la Universidad, volvieron a aplicar la ley del encaje, como en la primera edición, si bien esta vez de manera corregida y aumentada. No voy a pasar en silencio este ominoso y grave asunto, pero demoro el relato de los detalles para otra ocasión. Ahora quiero hablar de un tema cultural (de los que a mí me gustan), aunque relacionado por su contenido con la vicisitud sufrida.

Ab ipso ferro: “del hierro mismo”. Ese fue el lema que se adscribió Fray Luis de León. Como emblema (esto es, acompañando el texto latino con un gráfico) se usó en las portadas de varias ediciones antiguas de su poesía. En el emblema aparece un escudo, con un árbol con ramas podadas y del que salen frescos brotes de hojas. Al pie del árbol, yace un hacha (la que se supone acaba de ser usada para la poda). La leyenda rodea todo el motivo:

AB IPSO FERRO
El sintagma latino procede de la Oda 4.4 de Horacio, versos 57-60. Ahí el poeta latino expone que los romanos se recuperan de sus derrotas, y emergen con fuerzas renovadas, al igual que la encina rebrota con vigor redoblado tras ser podada a hierro:

duris ut ilex tonsa bipennibus
nigrae feraci frondis in Algido,
per damna, per caedis ab ipso
ducit opes animumque ferro

Como la encina, podada por las duras hachas,
de negra fronda, en el fértil Álgido,
a pesar de daños y cortes, del mismo
hierro toma fuerzas y vigor
Fray Luis de León parafraseó y comentó estos versos horacianos en varios lugares de su obra. En su Oda XII (A Felipe Ruiz), vv. 31-35, introduce una traducción parafrástica de los versos horacianos:
Bien como la ñudosa
carrasca, en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada;
No es descabellado suponer que Antonio Machado tuvo en cuenta la estrofa de Horacio o la versión de Fray Luis (o ambas) cuando escribió el famoso poema “A un olmo seco”, del libro Campos de Castilla (1912). La motivación biográfica de este poema es clara. Machado escribió el poema en Mayo de 1912, cuando Leonor, su joven esposa, estaba muy enferma (moriría en julio). El olmo moribundo simboliza a Leonor. Pero el poeta abriga un rayo de esperanza: al igual que el olmo puede reverdecer en primavera, Leonor puede recuperarse del "hachazo" de su enfermedad. No me resisto a copiar aquí, una vez más, el texto completo de este maravilloso poema:

A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verde le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los alamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas de alguna misera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Soria, 1912

Obviamente, hay diferencias entre el poema de Machado y sus fuentes. En el texto machadiano, el árbol está prácticamente seco, pero no de resultas de una poda, sino por efecto del rayo y del abandono (adviértase, no obstante, que Machado también alude al hacha en el verso 16, como probable reminiscencia de Horacio y de Fray Luis). Y ese árbol, medio muerto ya y antes de perecer del todo, rebrota por efecto de la primavera. Esa primavera para don Antonio simboliza la recuperación que él anhela para su joven esposa.

Por cierto, una primavera muy real, y no figurada, es la que va brotando, asomando y despuntando, por la naturaleza. Como humilde celebración de esta primavera incipiente, como agradecimiento a mis lectores y como ya hice una vez (hace ahora justo un año), despido este post con un haiku “primaveral” en latín, con traducción castellana:

Nec aestum nec
hiemem: aeternum ver
tecum ago.

Ni verano ni invierno:
estar contigo es vivir
eterna primavera.

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